Soy la pulpa hecha carne y promesa de las primaveras que fenecen en la aurora. Soy todas las partes de este mundo. Soy una semilla que se abre en mitad de la Macadamia de mieles fluyentes de patio de jazmín adolescente y azahar roto en los rincones del cuerpo desnudo. Soy el hijo que reniega de la alcurnia de su padre y soy el padre que reniega de la estirpe de su hijo. Soy biznieto de Omar Al-Hayúm Darbid, sultán soberano de mozárabes que ahora viven en Túnez y pretenden ser menta y alcaloide en el aroma viejo, siempre viejo; soy sobrino de Abraham Zaid Péres, judío Sefardita que emigró a la estepa nevada en el centro, al centro de las Rumanías y a los nortes de Cracovia. Soy el demonio azul profano que sabe el idioma negro que paró el reloj, el caló de las temperaturas que desprecian las fiebres. Soy el sagrado amigo de Antón Lizarra Bengoa, nieto él del soldado-amante, del amor loco de Carmen de Merimée. Soy amigo de Jaun de Alzate y he cruzado ciego de flores y espesuras de algodón amarillento el Bidasoa, el monte Urko, y he sido amigo del viento de Biarritz. Creo en Urtzi Thor y en la virgen de Guadalupe, en la virgen de Regla y la virgen del Cobre. Creo en los dioses que beben de las galaxias las palabras entre Mantra, Karmas blandos, y Arboleiras y Yelis, Yelis. Palabras relucientes que llevan al nirvana sonoro y extasiado y profundo que nace desde los pechos que sueñan, que paran en los ojos que miran otro rastro de lo ya vivido. Soy Yené Khulk de Iquitos, hijo de una hechicera que plantó un millar de mariposas en el corazón de Tupac Amaru, y soy la sombra triste que ronda la Amazonía, que ronda escondida en la niebla. Me crío en la noche que derrama tristeza, me hago brotar entre los gitanos rusos que perdieron la fe al chamán del sueño del tigre, resido entre infiernos y glorias por venir, hablo de lo que he soñado y busco la piedra ámbar de las noches oscuras. Crezco de luz por los mundos y las noches de los tiempos. Soy de una tribu que señala con el dedo, soy la flor que no se conoce todavía, soy lava de poeta y éxtasis que quema la frente. Me busca Zoltán y Tulipa y Mayami, me busca el sinsentido del Orinoco, y la razón desdentada de las malarias de Tombuctú, soy el rizo en el cabello de Bintu. Rezo a un Dios que no tiene libro sagrado, pero si plegaria salvaje. Soy el duende que se lava con vino consagrado por Rabino, soy el cielo anaranjado que no quiere mañana luminosa y soy la rosa del desierto blanco que camina entre los hombres. Soy campesino de nostalgias y cada mañana creo una ilusión nueva, derramo alegrías entre los caldos de Baco, y me persigno con los ojos a rojo sacrosanto plagado de sol. Me busco en el mapa que da la espalda a Nueva York, me fingo de selvas vírgenes de humanidad, soy lo que llevo adentro, y ando desnudo por que soy dos voces. Mi bastón perteneció a Zaratustra y mi corazón es de Ella, hija y nieta de costeñas, madre rosa de los te quieros, hija del suspiro de los abedules, y en las galleras de Tegucigalpa anhela un sueño que no es suyo. Soy fantasía y pacto con una aguja rota en la mirada, soy hogaza de pan reñido, y tormenta de verano inusitado, soy el viento del noreste, soy poesía que persigue la yunta y el cruce de ríos y promontorios de altos pinos enfermos de oruga en celo. Soy, solo soy. Soy lo nunca visto y lo habido y por haber. Soy la semilla del suspiro y la sombra que está por ser. Soy ruido, soy descuido, soy esperanza de Moguer. Soy lo siempre visto y lo que está por ver.
Soy lagarto, soy mujer de parto, soy imberbe muchacho, soy un loco y eso es dicho, vivir es perder.